La rueda

Joaquim Maluquer Sostres

RAMON FOLCH

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Cada verano me arrebata un amigo. Vuelvo de vacaciones y ya no está. Nunca sabes cuándo ves a alguien por última vez. Te despides como si nada y luego te percatas de que fue la postrera charla. La reiteración de estas situaciones causa una incómoda inquietud. No dejas de pensar que quizá serás tú quien partirá de golpe cualquier día. Te das cuenta de que el afecto cordial es básico en todo contacto: tal vez no haya otro.

En esta ocasión se fue una amistad de mucho recorrido, Joaquim Maluquer Sostres. Me llegan la noticia y a la par las notas de recuerdo publicadas por otros amigos. Constato que, como siempre ocurre, cada cual tiene su visión del finado, porque cada uno lo vivió de forma distinta.Maluquerha sido persona de vastos registros y por ello veo diferentesMaluqueren los escritos de recuerdo. Todos existieron.

Nos conocimos en mi despacho de la Universitat de Barcelona en 1973. Se presentó sin más, para exponerme una idea en la que andaba barruntando. Nació de ello elLlibre blanc de la gestió de la natura als Països Catalans.Y una sólida amistad. Destacaría los momentos vividos en familia en su casa solariega de Folquer, en la Noguera, compartidos con su cuñado, el pintorJoan Hernàndez Pijoan,que también ya nos dejó. Nuestros hijos perseguían lagartijas mientras los mayores pasábamos el día hablando de aves, de ecología, de arte y de una cierta idea de país…

Joaquim Maluquerha sido un determinante hombre discreto. En la industria textil, en el sector gasista, en el Govern de la Generalitat, en el Hospital Clínic, en la Institució Catalana d'Història Natural, en la Fundació Enciclopèdia Catalana… Estaba en todas partes, tratando de pasar desapercibido, antítesis de tanto alardeador como tenemos. Él hacía que las cosas ocurrieran, sin ponerse medalla alguna. Le debemos mucho.

Nos vimos hace poco.«Fa dies que no parlem: i si quedéssim?» No quedamos. No quedaremos. Me acompañará siempre.